lunes, 4 de mayo de 2009

Troya en Moscú

La historia de Heinrich Schliemann (1822 - 1890), el arqueólogo bajo mil banderas, cautivó mi mente infantil desde que leí su biografía en el libro El toro de Minos. El descubridor de la Troya homérica y del círculo de tumbas reales de Micenas, el millonario alemán, el buscador de oro en California, el exitoso industrial ruso, el griego de alma, el políglota consumado, vivió una vida para envidiar. De chico, su padre le leía la Ilíada. Con su lógica teutona dedujo que Homero no podría haber inventado con todo detalle lo que nunca hubiera existido. Troya había sido algo tangible y sufrido la venganza de un marido aqueo engañado. De una ciudad tan maravillosa algún rastro tenía que haber quedado. El la encontraría.
Su fe dio frutos. Este arqueólogo aficionado fue capaz de encontrar en Hisarlik, Turquía, junto a su esposa griega Sophia –en la foto ataviada con parte de las joyas del llamado Tesoro de Príamo–, no una sino las sucesivas Troyas que desde la más remota antigüedad y hasta el período romano se levantaron en esa colina. Pero aunque equivocado en cuanto a cuál era la Troya homérica, Schliemann encontró un tesoro de oro que él atribuyó a uno de los héroes de la guerra entre aqueos y las fuerzas de Ilión, como también se llamaba a esa ciudad.
Ese espléndido tesoro, no sólo por el valor en oro sino también por lo histórico y artístico, siguió un accidentado periplo, tras haber sido sacado subrepticiamente por Schliemann desde Anatolia.
Donado por el arqueólogo a Berlín, se mantuvo en un museo de la capital alemana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando desapareció misteriosamente al producirse el ingreso de las tropas soviéticas.
Llegaron los tiempos de cambio y un día, imprevistamente, se anunció oficialmente que el tesoro de Príamo se encontraba al resguardo del Museo Pushkin (www.museum.ru/gmii/defengl.htm), en Moscú.
Los alemanes reclamaron. Los rusos les hicieron saber que no habría problemas, mientras que los germanos devolvieran todas las obras de arte que habían saqueado durante los años de fuego.
Hoy, el tesoro de Príamo sigue en uno de los salones del Museo Pushkin. Cualquiera, por la entrada general de 300 rublos (precio en diciembre de 2008) puede solazarse con él.
Joyas, recipientes, amuletos, vasijas, minúsculas lentes, todo realizado con un elevado grado de profesionalismo y maestría en el arte del tallado y la fundición. Aunque ocupa una sala, podría quedarme horas allí. ¿Quienes habrán usado esos objetos que datan de hace más de tres mil años? ¿Cómo habrán vivido? ¿Habrán muerto en sus camas plácidamente o en una conflagración? ¿Quién juntó todos esos objetos? Cientos de preguntas surgen. Tal vez nunca obtendremos las respuestas.
Quisieron los dioses que en abril de 2008 estuviera en Estambul. Allí, en el Museo Arqueológico (İstanbul Arkeoloji Müzesi), se encuentra toda una sala destinada a hallazgos realizados en las diversas Troyas.
En diciembre de ese mismo año estuve con el Tesoro de Príamo, en Moscú. Supongo que me estoy acercando a Troya.

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