domingo, 23 de septiembre de 2012

Sueños

Rusia es mi amor imposible. Sé que es lejana y nunca podré tenerla más que por pocos instantes, días tal vez. Pero igual la amo como si fuera mi Marilyn, mi Ava, mi Sofía, mi Andrea.
Sueño con ella. Pero sé que mi vida está anclada a muchos miles de kilómetros de distancia. Tengo mis recuerdos que nadie me los podrá robar. Como una mañana en pleno invierno, a pocas cuadras de la Plaza Roja, yéndonos a refugiar a una catedral y monasterio por la intensa nevada que nos estaba cubriendo y no sabía de abrigo suficiente.
Fue la magia de aquel momento que nos llevó en sus alas al monasterio de la Epifanía, fundado en 1296. Era plena misa. Nos olvidamos del frío.
Si fuera mago y con un encantamiento me pudiera trasladar al instante a cualquier lugar de Moscú, ¿cuál elegiría? Sí, obvio, ese mismo templo.
Ya que no lo soy, trato de que por medio de la tecnología pueda asomarme como por una ventana telescópica a ese sitio. Uso el Street View de Google que, gracias a ese servicio, me permite ver en una pantalla de televisión o computadora esos lugares encantados. Solo presiono el botón izquierdo del mouse y la ruedita, y puedo navegar por esos mismos adoquines virtuales.
Pero no es igual. Sin la magia y sin la nieve, pero con la misma fe. Prometo que mañana iré a misa en la iglesia ortodoxa rusa de la calle Bulnes, de mi ciudad unida al puerto de Buenos Aires.


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