miércoles, 31 de marzo de 2010

Moscú, 29-3-10


“Cuidado, cuidado. Las puertas se cierran. Próxima estación, Park Kultury”. No sé porqué siempre nos quedó a mi mujer y a mí todos estos años el recuerdo de esa frase del altoparlante de la formación del subte moscovita cuando se acercaba a esa estación en particular.
A partir de ahora muchos asociarán a Park Kultury con muerte, sangre, oscuridad y desesperación. Y maldecirán esa frase que yo recuerdo con cariño.
Es difícil separar el Metro (subte) de la capital rusa. Con su precio de poco menos de 30 rublos, alrededor de un dólar por viaje, y su trazado que abarca todos los rincones de la ciudad, no hay manera más rápida y barata para moverse por ella. No sólo para sus habitantes que van todos los días a trabajar o a estudiar, sino para los millones de turistas que visitan anualmente Moscú.
Aunque he visto cambiar desde los finales del comunismo los atuendos usados por la gente joven, hay algo permanente y que siempre me llama la atención en todos mis viajes a Moscú: lo lectores que son. Libros, diarios, revistas, las letras parecen ser los compañeros indispensables entre los largos trayectos entre estación y estación.
Park Kultury es un punto que permite el trasbordo entre las líneas Sokolnicheskaya y Koltsebaya. Inaugurada en 1935, en sus paredes con bajorrelieves de mármol están representadas escenas de gente leyendo, jugando ajedrez y bailando. Es, por sí misma, una de las estaciones del Metro más visitadas por los turistas.
Recordemos que el subte moscovita fue uno de los sueños de José Stalin para mostrar al mundo la superioridad del modelo comunista. Por su gran profundidad fue ideal, además, para ser usado como refugio antiaéreo durante la Segunda Guerra Mundial. Muchas de sus estaciones quedaron iguales a cuando fueron inauguradas, aunque hayan cambiado en algunos casos sus nombres.
Si salimos de Park Kultury, caminamos unas cuadras por la avenida Komsomolskaya y luego doblamos al llegar a la iglesia ortodoxa de San Nicolás, encontramos la casa, hoy museo, que utilizó Lev Tolstoy cuando no estaba en su hacienda de Yasnaya Polyana.
La otra estación en donde anteayer se produjo un atentado fue la Lubyanka, conocida hasta 1990 como Dzerzhinskaya, por el temible Felix Dzerzhinsky, primer director de la Cheka, la policía secreta de los albores del comunismo que con los años pasaría a conocerse como la KGB.
Hasta la caída de los soviets una estatua gigantesca de Dzerzhinsky era lo primero que se veía al salir de la estación Lubyanka, ubicada junto a la aterradora sede de la KGB. Hoy la estatua no está más y el edificio donde antes se torturaba y encarcelaba a los opositores, librepensadores y gente molesta al régimen comunista, es la sede de la oficina de seguridad del Gobierno ruso, la FSB. Por décadas no se permitía intentar sacar una foto a esa mole incrustada en medio de Moscú. Por más de un motivo, pasará mucho tiempo para que la Lubyanka deje de traer reminiscencias de dolor y de muerte.

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