jueves, 9 de julio de 2009

Hay cosas que uno no puede olvidar

En un momento John Wayne se da vuelta y se defiende de un bruto cachetazo que le quiere dar la muy irlandesa Maureen O'Hara. Luego él la toma con fuerza y le da un beso como si fuera no sólo con los labios. Y le dice: "Hay cosas que uno no puede olvidar".
Yo no puedo olvidar una mañana en Moscú. Era el 18 de marzo de 1994. Estabamos con mi mujer solos en Moscú, en la Plaza Roja. No había mucha gente frente al Kremlin. Era un día gris. De repente, gruesos copones comenzaron a caer. Pero no hacía mucho frío.
Comenzamos a caminar sin rumbo fijo, por la calle Varvarka, hacia la zona de Kitai Gorod. Doblamos por Nikolski y luego por Ilinka, para meternos en una calle estrecha, la Bogoyavlenski, o de la Epifanía.
Ya la nieve comenzaba a molestar y los dos parecíamos unos muñecos Michelin de lo recubiertos por los blancos copos. Vimos que la gente se guarecía en una catedral. Hicimos lo mismo. Nos sentíamos viviendo en una obra de Tolstoy o Dostoevsky.
Tenía algo mágico. Cuando entramos, un grueso cortinado oscuro separaba la entrada de la nave donde se estaba en misa.
El incienso, el calor luego del intenso frío en la calle, los jóvenes persignándose y las mujeres con sus pañuelos en la cabeza. Sentí la mística de la ortodoxia. No quería salir. Nunca lo hice.

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