sábado, 31 de agosto de 2013

Tinta roja

Cuando me agacho, tomo un puñado de humus de un parque de la ciudad de Moscú y lo huelo, me conecto al pasado. Me transporta a otros siglos. ¿Quién habrá pisado esta misma tierra? ¿Mucha gente habrá peleado y muerto por ella? ¿Qué restos de huesos estarán allí, como una parte del todo?
Nuestro ADN también está en la patria en que nacemos y morimos, en esa tierra pisada por nuestros ancestros. Generación tras generación, abonamos la tierra y le dejamos un espacio a nuestros hijos y nietos. Esa delgada línea que une el pasado y el presente es lo que muestra Rusos, el libro de Edward Rutherford, que acabo de terminar de leer.

Como un bosque de árboles genealógicos que comienza en el siglo II de nuestra era, la fusión de familias y pueblos nos va llevando al resultado de lo que son hoy los rusos. Rusos de Rusia y rusos de cruzando las fronteras.
Eslavos, tártaros y occidentales. Paganos, ortodoxos y judíos. Viejos y nuevos creyentes. Son los Bobrov, Suvorin y Románov. A partir del año 1000 vemos cómo la iglesia manejó la rueca y el telar del tejido social del país, aunque hayan nacido y muerto zares e ideología. Pese a que cueste y duela para algunos.
Pero no sólo raíces y religión son los eslabones de una larga cadena invisible que enlazaron a los rusos. También las diversas disciplinas culturales, el arte, son las otras forjas de ese pueblo.
Hace unas semanas, de casualidad, encontré en un librería, y en español, El icono y el hacha, de James H. Billington, uno de las títulos clásicos sobre la historia cultural de aquel país. Ya lo había comprado en inglés a través de Amazon.com, pero soy un Oblomov para ponerme a leer en otros idiomas. Acumulo libros en inglés y en ruso que pasarán años antes de que abra sus páginas. Lo confieso.

Comencé con el libro de Billington en español y me atrapó. No obstante con varias décadas de publicado y por ende sin comprender los últimos movimientos artísticos de finales de la Unión Soviética y de la Rusia actual, su desarrollo es un río de letras atrapante.
Entonces recordé que ya tenía en mi biblioteca El Coro Mágico, de Solomon Volkov, y El baile de Natacha, de Orlando Figes, que todavía se encuentran en algunas librerías porteñas.
Ya los había leído, aunque no me acordaba. Los libros también pasan a ser una argamasa mía y me olvido algunas veces de su existencia, cuando pasan a formar parte de una fila oculta en mis bibliotecas.
De estos dos, me quedo con el de Figes, es más amplio y abarca más movimientos culturales.
Entonces, me acuerdo de un amigo abandonado. Hablo de Between Heaven and Hell, de W. Bruce Lincoln, todo un clásico de la bibliografía en cultura rusa.
No lo he leído todavía. Está en inglés. Espero no haber llegado a mis cinco mil libros. Un amigo una vez me dijo que un lector, leyendo mucho, puede leer como máximo unos 5000 libros en su vida. Aún restándole horas al sueño y al trabajo. Rezo para que este libro no sea el libro 5001 que se cruzó en mi vida.

domingo, 13 de enero de 2013

En las entrañas de Moscú

Oda a la dictadura del proletariado, pero con rasgos imperiales - Moscú

Astaróshna, Astaróshna, dvéri zakrivaiutsa, sliédusha stantsia, . (Atención, atención, las puertas se cierran, la próxima estación es, .). Esa frase, dicha por los altoparlantes de cada formación del subterráneo al partir, queda grabada en cualquiera que haya visitado esa maraña de trenes que corren por las entrañas de Moscú.
Si hay un adjetivo que cuadra bien a este medio de locomoción, o Moskovskii Metropoliten, es el de imponente. Es difícil tal vez calificar de hermosas a las primeras estaciones que fueron construidas durante la era stalinista. La arquitectura totalitaria no contemplaba lo bello. Utilitarismo y exaltación de los logros de la dictadura del proletariado, así como endiosar a la figura de José Stalin, eran los objetivos.
Sin embargo, sus candelabros, bajo y sobrerrelieves, mosaicos y estatuas no coincidían con el realismo socialista, las odas al tractor y el culto a Stajanov. Hoy entonces han quedado casi como una muestra de la época de los zares, una anacronía.
Las nuevas estaciones ya han perdido ese sabor de hace un siglo y se construyen en un estilo moderno, tecnológico, despojado. Ejemplos, las Dostoyevskaya y Mitino.
Quien esto escribe usó y recorrió el metro de Moscú por primera vez hace ya dos décadas. En todos estos años y en cuatro oportunidades vimos cambios, pero también constantes que reflejan valores del moscovita. Como lo lectores que son los rusos, siempre con libros y diarios en las manos, aunque hoy comienzan a verse algunos e-readers.
M de Moscú, de metropoliten y de... mundo subterráneo.
¿Qué llama la atención cuando llegamos a las estaciones céntricas? Tras encontrarnos el cartel en la calle con una M gigante que indica la entrada, la longitud de sus escaleras mecánicas. Son metros y metros que nos llevan a la profundidad de la capital rusa. Un medio de transporte, además, puede ser un buen refugio antiaéreo y no olvidemos que la primera línea, de 11 km de largo y 13 estaciones, fue inaugurada a sólo 4 años de que estalló la Segunda Guerra Mundial.

Hoy el subterráneo de Moscú tiene 12 líneas, 188 estaciones y alcanzó el año pasado un pico de 10 millones de pasajeros por día. Con un pasaje que cuesta 28 rublos (unos 90 centavos de dólar) por tramo sin límite de distancia ni trasbordos, es una forma rápida de moverse por la ciudad, que sufre atascamientos a cada instante. Hay también tarifas más económicas si se compran hasta 60 viajes.
El servicio es rápido y permite llegar a cualquiera de los puntos turísticos de Moscú sin tener que caminar más que un par de cuadras. Pero habrá que tener cuidado y tomar previamente un curso básico de cirílico si uno quiere manejarse por su cuenta y leer todos los carteles que hay en los túneles y en las áreas de trasbordo. Si no nos animamos, hay paseos turísticos.
¿Qué deberíamos visitar sí o sí? Las estaciones Komsomolskaya, Teatralnaya, Ploshchad Revoliutsi, Novokuznetskaya, Mayakovskaya y Park Kultury. Esta última sufrió un atentado terrorista en 2010.
Aunque éstas son solo algunas de las estaciones que valen la pena conocer. El paseo puede llevar una mañana completa, pero permite descubrir un pedazo del Moscú comunista, en el siglo XXI.
Manuel H. Castrillón

(De vuelta a mi primer amor, el Suplemento de Turismo del diario La Nación, de Buenos Aires, artículo publicado el 13/1/2013)

domingo, 23 de septiembre de 2012

Sueños

Rusia es mi amor imposible. Sé que es lejana y nunca podré tenerla más que por pocos instantes, días tal vez. Pero igual la amo como si fuera mi Marilyn, mi Ava, mi Sofía, mi Andrea.
Sueño con ella. Pero sé que mi vida está anclada a muchos miles de kilómetros de distancia. Tengo mis recuerdos que nadie me los podrá robar. Como una mañana en pleno invierno, a pocas cuadras de la Plaza Roja, yéndonos a refugiar a una catedral y monasterio por la intensa nevada que nos estaba cubriendo y no sabía de abrigo suficiente.
Fue la magia de aquel momento que nos llevó en sus alas al monasterio de la Epifanía, fundado en 1296. Era plena misa. Nos olvidamos del frío.
Si fuera mago y con un encantamiento me pudiera trasladar al instante a cualquier lugar de Moscú, ¿cuál elegiría? Sí, obvio, ese mismo templo.
Ya que no lo soy, trato de que por medio de la tecnología pueda asomarme como por una ventana telescópica a ese sitio. Uso el Street View de Google que, gracias a ese servicio, me permite ver en una pantalla de televisión o computadora esos lugares encantados. Solo presiono el botón izquierdo del mouse y la ruedita, y puedo navegar por esos mismos adoquines virtuales.
Pero no es igual. Sin la magia y sin la nieve, pero con la misma fe. Prometo que mañana iré a misa en la iglesia ortodoxa rusa de la calle Bulnes, de mi ciudad unida al puerto de Buenos Aires.


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jueves, 21 de abril de 2011

La crueldad en Iván, ¿un mal necesario?

Iván IV, por Viktor Vasnetsov
"En 1569 Iván el Terrible volvió su ira contra el Gran Novgorod. Los habitantes de esta ciudad fueron acusados de estar dispuestos a pasar al lado del rey de Polonia y de querer poner en el trono de Rusia a Vladimir Staritski. La expedición punitiva contra Novgorod, que debían llevar a cabo los regimientos opríchniki, fue preparada con sumo cuidado y en el más absoluto secreto. Todas las ciudades y calles del suburbio Alexandrovo hasta Livonia fueron ocupadas por soldados opríchniki. En el recorrido real hasta Novgorod, a través de Tver, Torgiok y otras ciudades, fue sembrado de sanguinarias represiones. A principios de enero de 1570, Iván el Terrible llegó a Novgorod. En primer término, el arzobispo Pimen fue hecho prisionero; se lo consideraba el jefe de los conjurados. Luego comenzaron las torturas y las condenas. En un anal se recuerda que diariamente y durante 5 semanas seguidas, de mil a mil quinientas personas fueron ahogadas en el río Volkov. Los opríchniki llevaban a cabo incursiones punitivas en los alrededores de Novgorod, saqueando las propiedades de los conventos, de los nobles y de los campesinos, quemando las cosechas, matando hombres y animales. Durante la campaña de Novgorod murieron decenas de millares de campesinos y artesanos. En la memoria popular esta campaña permaneció durante siglos como la época terrible del arbitrio y la violencia en la que Iván IV, como animal feroz, se ensañaba con todos". 
Así describe Aleksandr Zimin, en su biografía del monarca ruso, uno de los hechos más sangrientos del reinado de Iván IV, conocido también como Iván el Terrible (en ruso, Ива́н Гро́зный). Hecho este que, según algunos autores, arrojó más de 60.000 víctimas en Novgorod y alrededores.
Opríchniki, por Nikolai Nevrev
Para casi todos un sádico enfermo amante de la sangre, durante siglos permaneció en la idea general que era un personaje oscuro que se debía mejor olvidar. Este soberano nacido en 1530 y muerto en 1584, se lo recuerda mayormente por sus crímenes salvajes, sus opríchniki –esa guardia de miles de servidores que azolaban a todos los que se atrevieran a caer en desgracia con Iván–, el crimen de su hijo y heredero en un acceso de rabia y su guerra interminable con Livonia, que desangró al país. Pero en la década de 1920 y posteriormente, comenzó a vérselo con otra óptica. Ya no era esa bestia sanguinaria sino un jefe de Estado duro, pero uno de los constructores de la nación. Se lo empezaba a considerar como el gran zar que quitó poder a los nobles (boyardos) opuestos al poder central, al hombre culto que impulsó el uso de la imprenta y que, por sobre todo, incorporó Siberia al territorio de Rusia. Las dos películas de Eisenstein sobre su vida ayudaron también a cambiar la perspectiva con la que se lo miraba.
Iván da muerte a su hijo, por Repin

Lo que no se puede negar que la crueldad no era exclusiva de este zar del siglo XVI. Muchos personajes históricos que se los recuerdan como grandes monarcas también tuvieron sus negros hechos pero hoy se lo recuerdan de manera glamorosa.
Tomemos, por ejemplo, al rey inglés Enrique V, que aunque muy caballeroso en la obra de Shakespeare, durante la batalla de Agincourt ordena degollar a cientos de prisioneros franceses. Carlos el Temerario, duque de Borgoña, mando ahogar y ahorcar a todos los soldados de Berna que se habían rendido en el castillo de Grandson. Casos como estos, son comunes en los libros de historia. 
El personaje que nunca tuvo buena prensa y pasó a la posteridad como uno de los seres más despiadados que existieron, fue el voivoda de Valaquia Vlad Tepes, o Vlad Draculea, el Empalador (1431-1476). 
Vlad desayuna rodeado de empalados
Este guerrero y hombre de estado, que algunas veces peleaba contra los turcos y a veces en contra, supo ganarse una fama que llevó a ser el inspirador de un personaje conocido por todos y famoso chupador de sangre literario: el conde Drácula.
En una de las mejores biografías de Vlad Tepes, la escrita por Ralf-Peter Märtin, se relata algunas de las anécdotas más terroríficas del valaco. Por ejemplo, aquella en que un sacerdote se atreve a sermonearlo por haber mandado asesinar a una familia de boyardos, sin perdonar ni siquiera a los recién nacidos. 
Vlad Tepes le respondió que "te debo una explicación: no puedes quedarte nunca a medio camino. No basta con podar la mala hierba, debes llegar a la raíz para exterminarla. Los niños de hoy son mis enemigos de mañana, y no tardarán en mí a sus padres". El prior fue empalado. Como su insolencia había sido producto de su cerebro, le atravesaron la cabeza con el palo.
La historia da demasiados ejemplos como estos, tanto de Vlad Tepes como de sus contemporáneos y de otros siglos, aunque la crueldad no tiene límites ni épocas. Posiblemente el horror este conviviendo cerca nuestro.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Un té con Rasputín


“Sábado 30 de diciembre de 1916.
"Aproximadamente a las 7 de la tarde un informador excelente, que está a mi servicio, me comunica que Rasputín ha sido asesinado esta madrugada, durante una cena en el palacio Yusupov. Los asesinos se supone son el joven príncipe Félix Yusupov, que se casó en 1914 con una sobrina del emperador; el gran duque Dimitri, hijo del gran duque Pablo, y Purichkievich, jefe de la extrema derecha de la Duma. Se dice que dos o tres mujeres de la sociedad han asistido a la cena. La noticia se mantiene hasta ahora en riguroso secreto.
"Antes de telegrafiar a Paris trato de comprobar lo que acaban de comunicarme.
"Me dirijo inmediatamente a casa de la condesa K… Ella telefonea a su parienta Mme. Golovin, la gran amiga y protectora de Rasputín. "Una voz desolada responde:
–Sí, el padre ha desaparecido esta noche. No se sabe lo que ha sido de él…¡Es una desgracia horrible!
"En el Yacht Club la noticia se divulga durante la tarde. El gran duque Nicolás Mikailovich se resiste a creerla.
"–Diez veces ya –dijo–nos han anunciado la muerte de Rasputín. ¡Y siempre ha resucitado, más potente que nunca!
"El telefonea, sin embargo, al presidente del Consejo. Trepov le respnde:
"–Unicamente sé que Rasputín ha desaparecido; presumo que ha sido asesinado. Esto es todo. El jefe de la Okhrana es quien tiene el asunto entre manos.

"Domingo 31 de diciembre de 1916
"No se encuentra el cuerpo de Rasputín.
"La emperatriz está enloquecida de dolor; Ha suplicado al emperador, que está en Mohilev, se traslade inmediatamente a su lado.
"Martes 2 de enero de 1917
"El cuerpo de Rasputín ha sido encontrado entre los hielos de la pequeña Newka, a lo largo de la isla Krestovsky, cerca del palacio Bieloselsky.
"Hasta el último instante, la emperatriz ha esperado que Dios le conservase su “consolador y su único amigo”.
"Al saberse anteayer la muerte de Rasputín, el  público se ha regocijado. Se abrazaban en las calles, se quemaban cirios ante Nuestra Señora de Kazán.
"Como ha circulado la noticia de que el gran duque Dimitri era uno de los asesinos, el pueblo se ha apresurado a quemar los cirios ante los iconos de San Dimitri.”
(De La Rusia de los Zares, tomo II, por Maurice Paleologue, embajador francés en la corte de Nicolás II)



Rasputín fue invitado al palacio Yusupov con un pretexto en la noche del 29 al 30 de diciembre de 1916. Primero envenenado inútilmente con arsénico, los conjurados tuvieron que terminar su tarea a tiros. Aunque se dice que el monje finalmente murió ahogado, cuando se lo tira a las aguas congeladas que atraviesan San Petersburgo.

En 1994 estuvimos en el palacio Yusupov con mi mujer. Unas imágenes tomadas en el lugar, hoy museo y conservado tal cual estaba en esa noche de 1916.

Bibliografía:
La Rusia de los zares, por Mauricé Paleologue, Edición de La Nación (en español)
El asesinato de Rasputín, por Félix Yussupov, Ediciones Martínez Roca, 1993 (en español)
El hombre que mató a Rasputín, por Greg King, Javier Vergara Editor, 1997 (en español)
Rasputin, rascal Master, por Jane Oakley, St. Martin’s Press, 1990 (en ingles)


Sitios aconsejables:
The Yusupov Palace on the Moika
Saint Petersburg
Yusupov Palace (Lonely Planet)

Abajo, ubicación del palacio Yusupov sobre el canal Moika


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sábado, 20 de noviembre de 2010

Se apaga una luz

Hace 100 años moría, en una olvidada estación de tren que él hizo famosa, Lev Nicolaevich Tolstoy (Лeв Никола́евич Толсто́й). Fue en Astapovo y el genio murió de neumonía. 
Dos años atrás pude visitar la casa en donde vivió en Moscú, en la calle Lva Tolstovo 21, a un par de cuadras de la estación del metro Park Kultury. Pasó aquí los inviernos entre 1882 y 1901, junto con su esposa Sofia Andreevna, y los 9 hijos. Durante los veranos se iba a Yasnaya Polyana.
Fue en esta casa, hoy museo, donde escribió La muerte de Ivan Ilich, Sonata Kreutzer y Resurrección. Esta última le valió su excomunión de la iglesia ortodoxa rusa.
Mi recuerdo fotográfico de un lugar con fantasmas.




Un mapa para los que van a visitarla por mí. Los envidio.

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jueves, 1 de abril de 2010

De librerías y manías


Las librerías tienen un permanente y universal encanto para muchos. Supongo que algunos no hemos terminado de visitar una ciudad hasta que no hayamos recorrido media docena de ellas, sea el lugar en que esté, sea el idioma que se hable. Así era mi viejo –aunque él incluía también una asistencia obligatoria a una disquería–, así soy yo.
A este amor yo sumo una manía, pan de los psicólogos. Es guardar recibos de todo tipo que me dan en los viajes. Aunque algunos se rían, esto me permite revivir algo ocurrido o reconstruir parte de mi viaje. Como lo que me ocurrió en una librería de Moscú hace casi dos años.
En un momento que me pude escapar a caminar por la capital durante mi viaje invitado por Kaspersky Labs, un mediodía, me dije: "Sin rumbo fijo". Tan lo hice literalmente, que no sé por dónde estaba cuando encontré una gran librería que en el ticket que me dieron luego decía Националная книготорговая сеть.
Subí a su primer piso y me puse a revisar entre cientos de libros de historia y literatura. Encontré dos tomos que me interesaron, uno sobre las catedrales de Moscú y otro acerca de cómo vieron a la ciudad en sus obras grandes escritores rusos. Pregunto el precio a una de las vendedoras.
El primero, 752 rublos. El otro, a 175,95. Pero lo comento si de éste no tenía otro ejemplar, ya que su tapa estaba un poco rasgada.
Me sonríe y me dice que se va a fijar en el sistema. Me responde que no, pero que me iba a dar un descuento del 10% por el defecto que yo le marqué. No lo esperaba ni se lo comenté buscando una rebaja. No soy como mi mujer.
Cuan diferente es la atención al cliente con relación a mi primer viaje a Rusia. Recuerdo imágenes de mi visita al Dom Knigi, la "casa del libro", un mamotreto enorme que está en la antigua avenida Kalinina, hoy Nueva Arbat, donde con mi mujer esperabamos encontrar cursos de ruso, diccionarios, videos.
No encontré casi nada. Sólo un lugar atiborrado de gente y con muchos libros pero ausencia de variedad. La atención dejaba mucho que desear. Salimos decepcionados.
Me acuerdo que terminé comprando un hermoso diccionario ruso-español en la calle, a la salida. Todavía lo tengo. Pero no me dieron factura así que no puedo decir cuánto pagué.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Moscú, 29-3-10


“Cuidado, cuidado. Las puertas se cierran. Próxima estación, Park Kultury”. No sé porqué siempre nos quedó a mi mujer y a mí todos estos años el recuerdo de esa frase del altoparlante de la formación del subte moscovita cuando se acercaba a esa estación en particular.
A partir de ahora muchos asociarán a Park Kultury con muerte, sangre, oscuridad y desesperación. Y maldecirán esa frase que yo recuerdo con cariño.
Es difícil separar el Metro (subte) de la capital rusa. Con su precio de poco menos de 30 rublos, alrededor de un dólar por viaje, y su trazado que abarca todos los rincones de la ciudad, no hay manera más rápida y barata para moverse por ella. No sólo para sus habitantes que van todos los días a trabajar o a estudiar, sino para los millones de turistas que visitan anualmente Moscú.
Aunque he visto cambiar desde los finales del comunismo los atuendos usados por la gente joven, hay algo permanente y que siempre me llama la atención en todos mis viajes a Moscú: lo lectores que son. Libros, diarios, revistas, las letras parecen ser los compañeros indispensables entre los largos trayectos entre estación y estación.
Park Kultury es un punto que permite el trasbordo entre las líneas Sokolnicheskaya y Koltsebaya. Inaugurada en 1935, en sus paredes con bajorrelieves de mármol están representadas escenas de gente leyendo, jugando ajedrez y bailando. Es, por sí misma, una de las estaciones del Metro más visitadas por los turistas.
Recordemos que el subte moscovita fue uno de los sueños de José Stalin para mostrar al mundo la superioridad del modelo comunista. Por su gran profundidad fue ideal, además, para ser usado como refugio antiaéreo durante la Segunda Guerra Mundial. Muchas de sus estaciones quedaron iguales a cuando fueron inauguradas, aunque hayan cambiado en algunos casos sus nombres.
Si salimos de Park Kultury, caminamos unas cuadras por la avenida Komsomolskaya y luego doblamos al llegar a la iglesia ortodoxa de San Nicolás, encontramos la casa, hoy museo, que utilizó Lev Tolstoy cuando no estaba en su hacienda de Yasnaya Polyana.
La otra estación en donde anteayer se produjo un atentado fue la Lubyanka, conocida hasta 1990 como Dzerzhinskaya, por el temible Felix Dzerzhinsky, primer director de la Cheka, la policía secreta de los albores del comunismo que con los años pasaría a conocerse como la KGB.
Hasta la caída de los soviets una estatua gigantesca de Dzerzhinsky era lo primero que se veía al salir de la estación Lubyanka, ubicada junto a la aterradora sede de la KGB. Hoy la estatua no está más y el edificio donde antes se torturaba y encarcelaba a los opositores, librepensadores y gente molesta al régimen comunista, es la sede de la oficina de seguridad del Gobierno ruso, la FSB. Por décadas no se permitía intentar sacar una foto a esa mole incrustada en medio de Moscú. Por más de un motivo, pasará mucho tiempo para que la Lubyanka deje de traer reminiscencias de dolor y de muerte.

jueves, 9 de julio de 2009

Hay cosas que uno no puede olvidar

En un momento John Wayne se da vuelta y se defiende de un bruto cachetazo que le quiere dar la muy irlandesa Maureen O'Hara. Luego él la toma con fuerza y le da un beso como si fuera no sólo con los labios. Y le dice: "Hay cosas que uno no puede olvidar".
Yo no puedo olvidar una mañana en Moscú. Era el 18 de marzo de 1994. Estabamos con mi mujer solos en Moscú, en la Plaza Roja. No había mucha gente frente al Kremlin. Era un día gris. De repente, gruesos copones comenzaron a caer. Pero no hacía mucho frío.
Comenzamos a caminar sin rumbo fijo, por la calle Varvarka, hacia la zona de Kitai Gorod. Doblamos por Nikolski y luego por Ilinka, para meternos en una calle estrecha, la Bogoyavlenski, o de la Epifanía.
Ya la nieve comenzaba a molestar y los dos parecíamos unos muñecos Michelin de lo recubiertos por los blancos copos. Vimos que la gente se guarecía en una catedral. Hicimos lo mismo. Nos sentíamos viviendo en una obra de Tolstoy o Dostoevsky.
Tenía algo mágico. Cuando entramos, un grueso cortinado oscuro separaba la entrada de la nave donde se estaba en misa.
El incienso, el calor luego del intenso frío en la calle, los jóvenes persignándose y las mujeres con sus pañuelos en la cabeza. Sentí la mística de la ortodoxia. No quería salir. Nunca lo hice.

lunes, 25 de mayo de 2009

Pushkin y Boca Juniors

Debo ser uno de los pocos argentinos a los que no le gusta el fútbol ni el dulce de leche. Y casi siempre voto en contra de la mayoría de mis compatriotas. Pero una vez el deporte más popular del mundo nos permitió a mi mujer y a mí evitar una espera debajo de la nieve.
Fue en nuestro segundo viaje a Rusia, cuando visitamos Tsarskoye Selo, también conocida como Ciudad Pushkin, a unos 40 km de San Petersburgo. La excursión incluía una visita al gran palacio de Catalina. Como ya lo habíamos visitado el año anterior, se nos ocurrió recorrer las instalaciones del antiguo Liceo, una instalación educativa destinada a los hijos de los nobles y que funcionó durante varias décadas en el siglo XIX.
Entre sus pupilos famosos se encontró el poeta nacional ruso, Alexander Pushkin (1799-1837). El lugar, ahora abierto a las visitas, se encuentra al lado del palacio de Catalina. Por eso acordamos con Andrea, mientras nuestros compañeros de tour se encontraban allí, recorrer las habitaciones y salas de estudio del Liceo.
Llegamos a sus puertas sin saber a qué hora abría al público. La nieve tenía unos 30 cm de profundidad. Por supuesto, al llegar nos enteramos que teníamos que esperar una hora, sin siquiera un alero donde resguardarnos.
Estábamos allí ramoneando rabia, solos, tiritando, cuando vimos que un hombre de unos 30 años se acercaba con toda la intención de entrar al lugar. Y lo hizo. Era un portero que llegaba a su jornada de trabajo. Nos dijo, con cara de pocos amigos, que faltaba una hora para abrir.
Nosotros, con una sonrisa, le respondimos que estaba bien. Nuestro acento inconfundible de extranjeros cuando hablamos ruso lo llevo a cambiar su expresión y preguntarnos de dónde veníamos.
Cuando le hicimos saber nuestra condición su cara se iluminó. "¿Argentinos? ¡Maradona! ¡¡Boca Juniors!!". Y al instante nos abrió las puertas.
"Soy fanático de Boca Juniors. Miren, vean lo que tengo en mi oficina", dijo este ruso del que nunca supimos el nombre. Su oficina consistía en un pequeño cuartito donde guardaba escobas, palas, baldes y trapos de pisos. Y su única decoración, del piso hasta el techo, eran fotos de Boca Juniors en sus distintas formaciones durante los últimos diez años.
No me imagino cómo y dónde habrá conseguido esas ajadas ilustraciones de El Gráfico y otras revistas argentinas. Pero al instante me preguntó si lo conocía al Diego. Considerando que no conocía como reaccionaría si le contaba que sólo lo había visto brevemente al ídolo en Tribunales, en una de las veces que tuvo que ir a declarar por una causa por tenencia de drogas, mentí. Prácticamente Maradona se convirtió en un habitué de mi casa.
Fue decir eso para que nos jurara que nos llevaría él mismo a recorrer el Liceo. Nos mostró los salones de clases, donde el precoz Pushkin recitaba sus poemas ante una audiencia maravillada –ver el cuadro de Ilya Repin sobre el tema que aparece en esta entrada–, el pequeño cuarto donde vivía.
Cuando terminó la visita VIP para argentinos, el ruso boquense me pegó un abrazo de oso. Supongo que querría que una persona que se codeaba habitualmente con el dios del balompié le transmitiera algo de su mágica áurea.

martes, 12 de mayo de 2009

Si Iván viviera

No puedo abandonar El día del opríchnik, de Vladimir Sorokin, que compré esta mañana camino al diario. "¡Bueno es que se acumule nieve! Cubre las vergüenzas de la tierra. Y gracias a ella el alma se hace más limpia."

Me tiene atrapado esta distopía de una sociedad rusa de 2028 que sigue las normas implantadas por Iván IV, el Terrible, con su aterradora guardia pretoriana  de la oprichnina (опричнина), barriendo a fuego y sangre los designios del heredero del Rurik, todavía sentado en el trono del kremlin

"Nosotros pronto seremos cenizas, volaremos a los mundos del más allá, pero los gloriosos abetos moscovitas  seguirán desafiando al tiempo, abarcándolo con sus ramas majestuosas", me dice Sorokin

Dejo el libro en la mesa y voy hasta la biblioteca del comedor. Busco la biografía novelada de Iván el Terrible por Henri Troyat, en una edición de Emecé de 1982. Leo las partes dedicadas a la oprichnina y su ordalía colectiva con el aval del Estado contra miembros de la nobleza y de los plebeyos. Casi siento el knut lacerando mis heridas imaginarias. Imagino a los oprichniki (oпричники) con sus negros caftanes, cabalgando con el viento como una nueva ira de Dios.

"Juro ser fiel al Zar y a su imperio, al joven Zarevich y a la Zarina, y revelar todo lo que sepa o pueda saber sobre cualquier maniobra dirigida contra ellos por unos o por otros. Juro renegar de mi ascendencia y olvidar a mi padre y a mi madre", es el juramento de sus integrantes, leoo en el tomo de Troyat

Con sus remordimientos o sin ellos, los huesos de Iván IV descansan detrás del iconostasio de la catedral del Arcángel Miguel, dentro del reducto amurallado de la fortaleza de Moscú. Las víctimas de sus oprichniki son viento en las estepas.

¿Porqué me acuerdo imprevistamente de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tan ferozmente cuestionada? ¿Asocio la tortura del nazareno con las víctimas del knut? Vi la película el día del estreno en la Argentina, una mañana de fines de un verano. La gente a mi alrededor gimoteaba. Otras lloraban a cántaros.

Se le critica que era imposible que su tortura pudiera extenderse por tantos y tantos latigazos, tanta sangre en pantalla. Yo no estoy de acuerdo con estas opiniones. A mí me gustó la discutida obra. El gran misterio de Cristo comienza con su pasión, con su muerte. Pero, ¿qué me llevó a escribir sobre Jesús?

Campanas en la Plaza Roja

La Plaza Roja no sólo es roja terracota. Es hermosa. Es más, en ruso antiguo la palabra que indica el color también señalaba algo bello. Por eso, la Plaza Roja en realidad significa Plaza Hermosa.

El día oficial del comienzo del invierno de 2008, покровка (pokrovka), cuando antiguamente se cerraba el río Moscú con el hielo, estaba allí. Era a la media mañana. Había una bruma extraña, casi mágica. De repente, comenzaron a sonar las campanas de las iglesias del Kremlin. Con mi modesta cámara Kodak filmé algunos minutos. Cada vez que veo este video me pregunto: ¿Volveré otra vez?

lunes, 4 de mayo de 2009

Troya en Moscú

La historia de Heinrich Schliemann (1822 - 1890), el arqueólogo bajo mil banderas, cautivó mi mente infantil desde que leí su biografía en el libro El toro de Minos. El descubridor de la Troya homérica y del círculo de tumbas reales de Micenas, el millonario alemán, el buscador de oro en California, el exitoso industrial ruso, el griego de alma, el políglota consumado, vivió una vida para envidiar. De chico, su padre le leía la Ilíada. Con su lógica teutona dedujo que Homero no podría haber inventado con todo detalle lo que nunca hubiera existido. Troya había sido algo tangible y sufrido la venganza de un marido aqueo engañado. De una ciudad tan maravillosa algún rastro tenía que haber quedado. El la encontraría.
Su fe dio frutos. Este arqueólogo aficionado fue capaz de encontrar en Hisarlik, Turquía, junto a su esposa griega Sophia –en la foto ataviada con parte de las joyas del llamado Tesoro de Príamo–, no una sino las sucesivas Troyas que desde la más remota antigüedad y hasta el período romano se levantaron en esa colina. Pero aunque equivocado en cuanto a cuál era la Troya homérica, Schliemann encontró un tesoro de oro que él atribuyó a uno de los héroes de la guerra entre aqueos y las fuerzas de Ilión, como también se llamaba a esa ciudad.
Ese espléndido tesoro, no sólo por el valor en oro sino también por lo histórico y artístico, siguió un accidentado periplo, tras haber sido sacado subrepticiamente por Schliemann desde Anatolia.
Donado por el arqueólogo a Berlín, se mantuvo en un museo de la capital alemana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando desapareció misteriosamente al producirse el ingreso de las tropas soviéticas.
Llegaron los tiempos de cambio y un día, imprevistamente, se anunció oficialmente que el tesoro de Príamo se encontraba al resguardo del Museo Pushkin (www.museum.ru/gmii/defengl.htm), en Moscú.
Los alemanes reclamaron. Los rusos les hicieron saber que no habría problemas, mientras que los germanos devolvieran todas las obras de arte que habían saqueado durante los años de fuego.
Hoy, el tesoro de Príamo sigue en uno de los salones del Museo Pushkin. Cualquiera, por la entrada general de 300 rublos (precio en diciembre de 2008) puede solazarse con él.
Joyas, recipientes, amuletos, vasijas, minúsculas lentes, todo realizado con un elevado grado de profesionalismo y maestría en el arte del tallado y la fundición. Aunque ocupa una sala, podría quedarme horas allí. ¿Quienes habrán usado esos objetos que datan de hace más de tres mil años? ¿Cómo habrán vivido? ¿Habrán muerto en sus camas plácidamente o en una conflagración? ¿Quién juntó todos esos objetos? Cientos de preguntas surgen. Tal vez nunca obtendremos las respuestas.
Quisieron los dioses que en abril de 2008 estuviera en Estambul. Allí, en el Museo Arqueológico (İstanbul Arkeoloji Müzesi), se encuentra toda una sala destinada a hallazgos realizados en las diversas Troyas.
En diciembre de ese mismo año estuve con el Tesoro de Príamo, en Moscú. Supongo que me estoy acercando a Troya.

viernes, 1 de mayo de 2009

Tinta roja

Durante todos estos años escribí para La Nación varios artículos sobre Rusia. Aquí los enlaces a algunas de esas notas en su versión online:

Un tour espiritual por templos ortodoxos (8 de noviembre de 2009)

Moscú, para amantes de la arquitectura (17 de mayo de 2009)

Moscú, capital en rojo (4 de enero de 2009)

Eugene Kaspersky o cómo aprender a vivir de los virus (27 de marzo de 2009)

Las innovaciones que llegaron del frío (14 de noviembre de 2008)

Carl Fabergé, el orfebre de los zares (17 de abril de 2000)

Por las calles nevadas de Moscú (7 de enero de 2000)

lunes, 16 de febrero de 2009

Normas de urbanidad en el Hermitage

En una época era terra incognita, pero a partir de los siglos XV y XVI comenzaron a llegar a Rusia viajeros extranjeros que luego plasmaron en diversos libros sus impresiones de esas tierras lejanas.
Tenemos, por ejemplo, el relato de los tiempos turbulentos previos a la llegada al trono de los Romanov, hecho por el capitán francés Jacques Margeret y titulado Etat de l'Empire de Russie, et grand-duché de Moscovie, 1606. También llegaron a Rusia viajeros de otras nacionalidades, como el inglés Giles Fletcher, embajador ante el zar Feodor entre 1584 y 1585 y que luego volcó sus experiencias en Of the Russe Commonwealth.
Pero viniendo más acá en el tiempo, a las primeras décadas del siglo XIX, tenemos el extenso libro del marqués Astolphe de Custine, un noble francés (1790-1857) que visitó Moscú y San Petersburgo en 1839.

De la versión publicada por Doubleday en inglés, en 1989, Empire of the Czar, que cubre casi por completo el texto de Custine –fueron eliminados, según los editores, largas disquisiciones del viajero sobre la religión ortodoxa rusa– extraemos algunas reglas que estaban colocadas en una sala del Museo del Hermitage y que debían ser cumplidas por todos los visitantes, y que, según el autor, fueron mandadas a poner allí por Catalina la Grande.
A decir verdad, cuando estuvimos con mi mujer en el Hermitage no encontramos estas recomendaciones. Vayamos, entonces, a ellas:

  • Al ingresar, el título y el rango deben dejarse afuera, tanto como el sombrero y la espada.
  • Pretensiones basadas en las prerrogativas de nacimiento, orgullo, u otros sentimientos de una naturaleza similar, deben ser dejadas en la puerta.
  • Sea divertido; sin embargo, no rompa nada ni estropee nada.
  • Sientese, parese, camine, haga lo que le plazca, sin oír a nadie.
  • Hable con moderación y no muy a menudo, para evitar molestar a otro.
  • Discuta sin enfado y sin acalorarse.
  • Juegos inocentes, propuesto por cualquier miembro de la sociedad, debe ser aceptado por otros.
  • Coma lento y con appetite; tome con moderación. Que cada uno pueda caminar derecho cuando sale de aquí.
  • Deje todas las peleas en la puerta. Lo que a uno le entra por un oído le debe salir por el otro antes de atravesar el umbral del Hermitage. Si cualquiera viola estas reglas, por cada falta que verifican dos testigos se debe beber un vaso de agua fresca (las damas no se exceptúan); además, se debe leer en voz alta una página de la Telemaquíada –un poema de Frediakofsky–. Quien quiera que falla en tres de cualquiera de estos artículos, debe aprender de memoria seis líneas de la Telemaquíada. Quien falla en el el décimo artículo, jamás podrá ingresar de nuevo al Hermitage.

miércoles, 28 de enero de 2009

La retirada desde Moscú en 1812


"Miraba a los cientos de cadáveres con indiferencia; los que caían al suelo se golpeaban la cabeza contra el hielo, luego veía cómo se levantaban y se volvían a caer, oía sus quejidos y lamentos, y cómo retorcían y se agarraban donde fuera. Nunca olvidaré el horror del hielo y la nieve pegados a sus bocas. Sin embargo, no sentía ninguna compasión, en mi mente sólo había lugar para mis amigos.

"Durante aquel mes, el frío aumentaba día tras día. Debía tener mucho cuidado para no quedarme congelado, y el hecho de mantenerme ocupado día y noche buscando comida para que mi caballo y el del mayor no murieran de hambre me ayudó. Cabalgué unas veces hacia la derecha y otras hacia la izquierda con el fin de encontrar un pueblo y cargar algo de paja o gavillas sin trillar; para que no me robaran debía cabalgar encima de ellas."

(Diario de un soldado de Napoleón, Jakob Walter, Editorial Edhasa, 2004, Barcelona) 

sábado, 24 de enero de 2009

La historia de Héctor

Héctor había enviudado hacía poco y su hija no había encontrado mejor idea que mandarlo en viaje turístico a Rusia para que se repusiera de su pena. Era pleno invierno del '93. Héctor fue con un pullover de media estación, medias de verano y una campera de cuero.

Como todo hombre mayor, Héctor tenía la costumbre de ir al baño cada dos por tres. Esta necesidad fisiológica le trajo un disgusto que pudo llegar a ser serio.

Debíamos hacer el viaje nocturno por tren entre Moscú y San Petersburgo. Allí fuimos a la estación, siempre acompañados por nuestra guía, Olga, quien estaría con nosotros todo el trayecto hasta la antigua capital de Pedro el Grande.

Llegamos con tiempo. Héctor expresó su deseo de ir al baño, pero los baños del tren estaban sin abrir, ya que se habilitarían sólo cuando el convoy estuviera en camino. No aguantó y se fue al baño de la estación sin decirle nada a nadie. Y allí comenzó su calvario.

Cuando regresó, aliviado ya el buen hombre, se confundió de tren –todos los trenes rusos tenían el mismo color verde oliva– y se subió a uno que arrancó de inmediato.

Nuestra Olga se percató de que le faltaba uno de sus polluelos. ¿Y Héctor? ¿Alguien lo vio? Comenzó su desesperación y se fue como loca a preguntar si alguien lo habían visto en los andenes. Cómo lo averiguó nunca lo supe, pero cuando descubrió que Héctor estaba en ese otro tren, con un destino conocido, se puso al borde del llanto. Era mucha responsabilidad para ella. Ella no podía perder a nadie.

Pero los trenes rusos tenían medios de comunicación. Yo me imagino al pobre Héctor, sentado en un camarote con tres rusos que le ofrecían vodka, cuando llegó un guardia de seguridad, lo tomó del hombro y lo bajó del tren. El guardia, no hablaba español. Héctor, no hablaba ruso.

En medio de la noche, en un recodo del camino, a campo traviesa y con sólo algunos solitarios álamos a la vista, el guardia y Héctor, esperaron la llegada de nuestro tren.

Nuestro tren paró y Héctor cuando nos vio, se puso a llorar. A partir de ese momento, Héctor tuvo un guía ruso sólo para él. Lo seguía a todo instante durante nuestra visita a San Petersburgo. Supongo que quedaron amigos.

viernes, 16 de enero de 2009

¿Tratar de entenderla?


No puedo aventurar a usted qué posición tomará Rusia. Es un acertijo envuelto en un misterio, dentro de un enigma. Winston Churchill, estadista británico (1874-1965), octubre de 1939.


Uno no puede comprender a Rusia con la mente. Ella no puede ser medida con ningún criterio. Más bien tiene una trascendencia especial: en Rusia sólo puedes creer. Fyodor Ivanovich Tyutchev, poeta ruso romántico (1803-1873)

jueves, 15 de enero de 2009

La muerte de un Patriarca

¿Cuántas veces en la vida uno participa en un hecho histórico? En mi caso, solo unas pocas veces. Me pongo a pensar en cuántas cosas que alguna vez estarán en un libro de historia mi hijo podrá decir: "Mi viejo estuvo allí". Me viene a la mente el regreso de la democracia en mi país, los levantamientos de Semana Santa y Campo de Mayo. No muchos más.

Quiso la casualidad que en mi viaje de diciembre de 2008 a Moscú ocurriera un hecho de significación para el mundo ortodoxo y el pueblo ruso. Esto fue la muerte del Patriarca de Moscú y toda Rusia, Alexis II. Este sacerdote, cuyo nombre laico era Alexey Mikhailovich Ridiger, fue el jefe de la religión mayoritaria del pueblo ruso durante todos los años de la difícil transición tras la caída del comunismo.

Estando yo en la ciudad para una conferencia organizada por la empresa de antivirus Kaspersky ocurre la muerte del Patriarca. A la mañana siguiente me digo "al diablo con los virus, yo me voy al velatorio".

Tomo el metro y bajo en la estación Kropotinskaya, a unos pasos de la colosal catedral de Cristo el Salvador, sobre la calle Voljonka. Ya espontáneamente se ha formado una fila a la espera de que se pueda entrar a la capilla ardiente y dar el último adiós al Patriarca.

Gran movimiento de fuerzas policiales. Todo está en el comienzo. Me pongo a filmar con mi máquina de fotos. Se están colocando frente al templo detectores de metales como los que hay en los aeropuertos. No sea cosa que se quiera atentar cuando estén presentes las principales autoridades del Estado ruso, presidente Dmitri Medvedev incluido. O el primer ministro Vladimir Putin.

El día se presenta gris, con una tenue llovizna. La gente lleva en las manos una rosa o un ramo de flores. Cruzo la calle Voljonka para poder filmar desde enfrente y, cuando quiero volver a las puertas de la catedral, la policía me lo impide.

Vuelvo al congreso de computación. Durante todo el día, bajo la lluvia, la gente hará largas filas para poder persignarse frente a su pastor. Sigue el largo velorio durante toda la noche. A los pocos días será el sepelio de Alexis II en la Catedral de la Epifanía, pero yo no podré asistir ya que ya estaré en Buenos Aires.

El 27 de enero de 2009 será elegido el nuevo Patriarca. Ahora el pastor sera Kirill, metropolita de Smolensk y Kaliningrado, nacido como Vladimir Mikhailovich Gundyayev. Un hombre encargado durante muchos años de representar a su religión en el movimiento ecuménico universal, será quien tendrá la responsabilidad de cuidar el rebaño de los ortodoxos rusos, en un mundo donde lo profano y el mercantilismo prevalece sobre lo espiritual.


miércoles, 14 de enero de 2009

Encuentro cercano con la mafia chechena


El sueño se hizo realidad por primera vez en marzo de 1993. Pisaremos tierra rusa. Luego de varios años de estudio del idioma, en tiempos menemistas del uno a uno mediante, una tarde de sábado del verano del 92-93 me puse a sacar cuentas y me di cuenta que podíamos afrontar los gastos de un pequeño viaje a Rusia.
Claro, mi mujer aceptó con una pequeña condición: teníamos que pasar por Eslovenia para ver a su lejana y cercana familia allí. Trato hecho. Pero esa es otra historia.
El 10 de marzo de 1993 un avión de Aeroflot que nos traía desde Viena, llegó a Sheremetevo 2, el aeropuerto de Moscú. Era de noche y la nieve acunaba al bosque que rodea toda la región.
El agente de inmigración, de estricto uniforme de corte militar, me miraba y miraba el pasaporte. Hacía como si revisara algo debajo del escritorio. Yo ponía mi mejor cara de inocente. De repente el joven cambió su rostro, sonrió y me dijo: Mr, ¿cigarrettes?. Cuando le indiqué que no tenía, volvió a su cara de KGB de las películas.
Buscamos las valijas y salimos al hall de la estación, donde supuestamente nos esperaba el transfer para el hotel. El hall, más que Moscú, me pareció Samarkanda, Ulan Bator o Saigón. Taxistas nos gritaban ofreciendo sus dudosos servicios. Nunca me gustaron los taxistas, en ningún lugar del mundo.
De repente, un gordito retacón nos mostró un cartel con mi apellido. Lo seguimos. El estacionamiento parecía estar ubicado en Siberia, por lo que tuvimos que caminar hasta nuestro medio de transporte.
La ruta a la capital atravesaba una infinita ruta boscosa, nevada, solitaria, sin viviendas, oscura. Me entró el miedo de golpe. ¿Y si nos asalta? ¿Nos roba todo y nos deja semidesnudos en la nieve? Con Andrea nos mirábamos y yo trataba de mostrar cara de seguridad. Por suerte no me veía claramente. Luego me confesó que sentía lo mismo que yo.
Finalmente, luego de una hora muy larga, llegamos a nuestro destino. Era el Hotel Salyut. Muy enorme, muy soviético.
Dos guardias de 2 metros de altura, con uniforme camuflado de combate y botas negras lustrosas, estaban en la puerta pidiendo el pasaporte a los que entraban. Esos Rambos rusos llevaban cachiporras y cara de pocos amigos. Luego me enteré que era mejor que estuvieran allí. El hotel era, en ese momento, el lugar de hospedaje preferido para los integrantes de la mafia chechena.