jueves, 1 de abril de 2010
De librerías y manías
Las librerías tienen un permanente y universal encanto para muchos. Supongo que algunos no hemos terminado de visitar una ciudad hasta que no hayamos recorrido media docena de ellas, sea el lugar en que esté, sea el idioma que se hable. Así era mi viejo –aunque él incluía también una asistencia obligatoria a una disquería–, así soy yo.
A este amor yo sumo una manía, pan de los psicólogos. Es guardar recibos de todo tipo que me dan en los viajes. Aunque algunos se rían, esto me permite revivir algo ocurrido o reconstruir parte de mi viaje. Como lo que me ocurrió en una librería de Moscú hace casi dos años.
En un momento que me pude escapar a caminar por la capital durante mi viaje invitado por Kaspersky Labs, un mediodía, me dije: "Sin rumbo fijo". Tan lo hice literalmente, que no sé por dónde estaba cuando encontré una gran librería que en el ticket que me dieron luego decía Националная книготорговая сеть.
Subí a su primer piso y me puse a revisar entre cientos de libros de historia y literatura. Encontré dos tomos que me interesaron, uno sobre las catedrales de Moscú y otro acerca de cómo vieron a la ciudad en sus obras grandes escritores rusos. Pregunto el precio a una de las vendedoras.
El primero, 752 rublos. El otro, a 175,95. Pero lo comento si de éste no tenía otro ejemplar, ya que su tapa estaba un poco rasgada.
Me sonríe y me dice que se va a fijar en el sistema. Me responde que no, pero que me iba a dar un descuento del 10% por el defecto que yo le marqué. No lo esperaba ni se lo comenté buscando una rebaja. No soy como mi mujer.
Cuan diferente es la atención al cliente con relación a mi primer viaje a Rusia. Recuerdo imágenes de mi visita al Dom Knigi, la "casa del libro", un mamotreto enorme que está en la antigua avenida Kalinina, hoy Nueva Arbat, donde con mi mujer esperabamos encontrar cursos de ruso, diccionarios, videos.
No encontré casi nada. Sólo un lugar atiborrado de gente y con muchos libros pero ausencia de variedad. La atención dejaba mucho que desear. Salimos decepcionados.
Me acuerdo que terminé comprando un hermoso diccionario ruso-español en la calle, a la salida. Todavía lo tengo. Pero no me dieron factura así que no puedo decir cuánto pagué.
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