lunes, 25 de mayo de 2009

Pushkin y Boca Juniors

Debo ser uno de los pocos argentinos a los que no le gusta el fútbol ni el dulce de leche. Y casi siempre voto en contra de la mayoría de mis compatriotas. Pero una vez el deporte más popular del mundo nos permitió a mi mujer y a mí evitar una espera debajo de la nieve.
Fue en nuestro segundo viaje a Rusia, cuando visitamos Tsarskoye Selo, también conocida como Ciudad Pushkin, a unos 40 km de San Petersburgo. La excursión incluía una visita al gran palacio de Catalina. Como ya lo habíamos visitado el año anterior, se nos ocurrió recorrer las instalaciones del antiguo Liceo, una instalación educativa destinada a los hijos de los nobles y que funcionó durante varias décadas en el siglo XIX.
Entre sus pupilos famosos se encontró el poeta nacional ruso, Alexander Pushkin (1799-1837). El lugar, ahora abierto a las visitas, se encuentra al lado del palacio de Catalina. Por eso acordamos con Andrea, mientras nuestros compañeros de tour se encontraban allí, recorrer las habitaciones y salas de estudio del Liceo.
Llegamos a sus puertas sin saber a qué hora abría al público. La nieve tenía unos 30 cm de profundidad. Por supuesto, al llegar nos enteramos que teníamos que esperar una hora, sin siquiera un alero donde resguardarnos.
Estábamos allí ramoneando rabia, solos, tiritando, cuando vimos que un hombre de unos 30 años se acercaba con toda la intención de entrar al lugar. Y lo hizo. Era un portero que llegaba a su jornada de trabajo. Nos dijo, con cara de pocos amigos, que faltaba una hora para abrir.
Nosotros, con una sonrisa, le respondimos que estaba bien. Nuestro acento inconfundible de extranjeros cuando hablamos ruso lo llevo a cambiar su expresión y preguntarnos de dónde veníamos.
Cuando le hicimos saber nuestra condición su cara se iluminó. "¿Argentinos? ¡Maradona! ¡¡Boca Juniors!!". Y al instante nos abrió las puertas.
"Soy fanático de Boca Juniors. Miren, vean lo que tengo en mi oficina", dijo este ruso del que nunca supimos el nombre. Su oficina consistía en un pequeño cuartito donde guardaba escobas, palas, baldes y trapos de pisos. Y su única decoración, del piso hasta el techo, eran fotos de Boca Juniors en sus distintas formaciones durante los últimos diez años.
No me imagino cómo y dónde habrá conseguido esas ajadas ilustraciones de El Gráfico y otras revistas argentinas. Pero al instante me preguntó si lo conocía al Diego. Considerando que no conocía como reaccionaría si le contaba que sólo lo había visto brevemente al ídolo en Tribunales, en una de las veces que tuvo que ir a declarar por una causa por tenencia de drogas, mentí. Prácticamente Maradona se convirtió en un habitué de mi casa.
Fue decir eso para que nos jurara que nos llevaría él mismo a recorrer el Liceo. Nos mostró los salones de clases, donde el precoz Pushkin recitaba sus poemas ante una audiencia maravillada –ver el cuadro de Ilya Repin sobre el tema que aparece en esta entrada–, el pequeño cuarto donde vivía.
Cuando terminó la visita VIP para argentinos, el ruso boquense me pegó un abrazo de oso. Supongo que querría que una persona que se codeaba habitualmente con el dios del balompié le transmitiera algo de su mágica áurea.

martes, 12 de mayo de 2009

Si Iván viviera

No puedo abandonar El día del opríchnik, de Vladimir Sorokin, que compré esta mañana camino al diario. "¡Bueno es que se acumule nieve! Cubre las vergüenzas de la tierra. Y gracias a ella el alma se hace más limpia."

Me tiene atrapado esta distopía de una sociedad rusa de 2028 que sigue las normas implantadas por Iván IV, el Terrible, con su aterradora guardia pretoriana  de la oprichnina (опричнина), barriendo a fuego y sangre los designios del heredero del Rurik, todavía sentado en el trono del kremlin

"Nosotros pronto seremos cenizas, volaremos a los mundos del más allá, pero los gloriosos abetos moscovitas  seguirán desafiando al tiempo, abarcándolo con sus ramas majestuosas", me dice Sorokin

Dejo el libro en la mesa y voy hasta la biblioteca del comedor. Busco la biografía novelada de Iván el Terrible por Henri Troyat, en una edición de Emecé de 1982. Leo las partes dedicadas a la oprichnina y su ordalía colectiva con el aval del Estado contra miembros de la nobleza y de los plebeyos. Casi siento el knut lacerando mis heridas imaginarias. Imagino a los oprichniki (oпричники) con sus negros caftanes, cabalgando con el viento como una nueva ira de Dios.

"Juro ser fiel al Zar y a su imperio, al joven Zarevich y a la Zarina, y revelar todo lo que sepa o pueda saber sobre cualquier maniobra dirigida contra ellos por unos o por otros. Juro renegar de mi ascendencia y olvidar a mi padre y a mi madre", es el juramento de sus integrantes, leoo en el tomo de Troyat

Con sus remordimientos o sin ellos, los huesos de Iván IV descansan detrás del iconostasio de la catedral del Arcángel Miguel, dentro del reducto amurallado de la fortaleza de Moscú. Las víctimas de sus oprichniki son viento en las estepas.

¿Porqué me acuerdo imprevistamente de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tan ferozmente cuestionada? ¿Asocio la tortura del nazareno con las víctimas del knut? Vi la película el día del estreno en la Argentina, una mañana de fines de un verano. La gente a mi alrededor gimoteaba. Otras lloraban a cántaros.

Se le critica que era imposible que su tortura pudiera extenderse por tantos y tantos latigazos, tanta sangre en pantalla. Yo no estoy de acuerdo con estas opiniones. A mí me gustó la discutida obra. El gran misterio de Cristo comienza con su pasión, con su muerte. Pero, ¿qué me llevó a escribir sobre Jesús?

Campanas en la Plaza Roja

La Plaza Roja no sólo es roja terracota. Es hermosa. Es más, en ruso antiguo la palabra que indica el color también señalaba algo bello. Por eso, la Plaza Roja en realidad significa Plaza Hermosa.

El día oficial del comienzo del invierno de 2008, покровка (pokrovka), cuando antiguamente se cerraba el río Moscú con el hielo, estaba allí. Era a la media mañana. Había una bruma extraña, casi mágica. De repente, comenzaron a sonar las campanas de las iglesias del Kremlin. Con mi modesta cámara Kodak filmé algunos minutos. Cada vez que veo este video me pregunto: ¿Volveré otra vez?

lunes, 4 de mayo de 2009

Troya en Moscú

La historia de Heinrich Schliemann (1822 - 1890), el arqueólogo bajo mil banderas, cautivó mi mente infantil desde que leí su biografía en el libro El toro de Minos. El descubridor de la Troya homérica y del círculo de tumbas reales de Micenas, el millonario alemán, el buscador de oro en California, el exitoso industrial ruso, el griego de alma, el políglota consumado, vivió una vida para envidiar. De chico, su padre le leía la Ilíada. Con su lógica teutona dedujo que Homero no podría haber inventado con todo detalle lo que nunca hubiera existido. Troya había sido algo tangible y sufrido la venganza de un marido aqueo engañado. De una ciudad tan maravillosa algún rastro tenía que haber quedado. El la encontraría.
Su fe dio frutos. Este arqueólogo aficionado fue capaz de encontrar en Hisarlik, Turquía, junto a su esposa griega Sophia –en la foto ataviada con parte de las joyas del llamado Tesoro de Príamo–, no una sino las sucesivas Troyas que desde la más remota antigüedad y hasta el período romano se levantaron en esa colina. Pero aunque equivocado en cuanto a cuál era la Troya homérica, Schliemann encontró un tesoro de oro que él atribuyó a uno de los héroes de la guerra entre aqueos y las fuerzas de Ilión, como también se llamaba a esa ciudad.
Ese espléndido tesoro, no sólo por el valor en oro sino también por lo histórico y artístico, siguió un accidentado periplo, tras haber sido sacado subrepticiamente por Schliemann desde Anatolia.
Donado por el arqueólogo a Berlín, se mantuvo en un museo de la capital alemana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando desapareció misteriosamente al producirse el ingreso de las tropas soviéticas.
Llegaron los tiempos de cambio y un día, imprevistamente, se anunció oficialmente que el tesoro de Príamo se encontraba al resguardo del Museo Pushkin (www.museum.ru/gmii/defengl.htm), en Moscú.
Los alemanes reclamaron. Los rusos les hicieron saber que no habría problemas, mientras que los germanos devolvieran todas las obras de arte que habían saqueado durante los años de fuego.
Hoy, el tesoro de Príamo sigue en uno de los salones del Museo Pushkin. Cualquiera, por la entrada general de 300 rublos (precio en diciembre de 2008) puede solazarse con él.
Joyas, recipientes, amuletos, vasijas, minúsculas lentes, todo realizado con un elevado grado de profesionalismo y maestría en el arte del tallado y la fundición. Aunque ocupa una sala, podría quedarme horas allí. ¿Quienes habrán usado esos objetos que datan de hace más de tres mil años? ¿Cómo habrán vivido? ¿Habrán muerto en sus camas plácidamente o en una conflagración? ¿Quién juntó todos esos objetos? Cientos de preguntas surgen. Tal vez nunca obtendremos las respuestas.
Quisieron los dioses que en abril de 2008 estuviera en Estambul. Allí, en el Museo Arqueológico (İstanbul Arkeoloji Müzesi), se encuentra toda una sala destinada a hallazgos realizados en las diversas Troyas.
En diciembre de ese mismo año estuve con el Tesoro de Príamo, en Moscú. Supongo que me estoy acercando a Troya.

viernes, 1 de mayo de 2009

Tinta roja

Durante todos estos años escribí para La Nación varios artículos sobre Rusia. Aquí los enlaces a algunas de esas notas en su versión online:

Un tour espiritual por templos ortodoxos (8 de noviembre de 2009)

Moscú, para amantes de la arquitectura (17 de mayo de 2009)

Moscú, capital en rojo (4 de enero de 2009)

Eugene Kaspersky o cómo aprender a vivir de los virus (27 de marzo de 2009)

Las innovaciones que llegaron del frío (14 de noviembre de 2008)

Carl Fabergé, el orfebre de los zares (17 de abril de 2000)

Por las calles nevadas de Moscú (7 de enero de 2000)